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Opinión
23/08/2011
Los conversos, a la cola
Recuerdo una de las primeras elecciones democráticas. Hace ya mucho tiempo. Eran comicios municipales y la efervescencia política se hacía notar en Euskadi como una olla Express. Después de tantos años de ausencia de libertades, resultaba difícil expresarse en matices. Blanco o negro. Abertzale o español. Fatxa o demócrata.
La Izquierda Radical autóctona, como la hydra de siete cabezas repartía nomenclatura y maximalismo. Era como una carrera sin frenos de quien se declaraba más rojo y más independentista. Pero, en realidad aquella amalgama de organizaciones revolucionarias no suponían sino el fracaso de sucesivas escisiones de un tronco común.
El tronco era ETA y su evolución había dejado “milis” y “poli-milis”. “Berezis” y “Comandos Autónomos”. Por cada “asamblea” había una formación nueva, y todas ellas tenían en común el pegar tiros. Ni que decir tiene, su reflejo partidario: Laia (bai) y (ez), EHAS, EKIA, EIA, Hasi…Vimos y conocimos, por desgracia, muchas cosas.
Era “la representación genuina” del Abertzalismo contra el Estado opresor.
Tiempos del todo o nada. De la ruptura frente a la transición. Dogmatismos que en Xiberta y en años posteriores despreciaron a todos aquellos que no comulgaran con sus ruedas de molino.
Y en aquellas primeras elecciones locales en las que la Izquierda Radical participó y formó ayuntamientos, aparecieron candidatos “sanpablistas”. Es decir que, de camino a Damasco se habían caído del caballo y se convirtieron milagrosamente en “gudaris”.
Mi recuerdo me lleva a mi Basauri juvenil cuando el hijo de un reconocido jefe del Movimiento encabezaba las listas de Herri Batasuna, o donde sospechosos de haber colaborado con el régimen enarbolaban la ikurriña blanquinegra cuan herederos legítimos de una mezcla de Sabino Arana y el Ché Guevara.
Ese efecto de metamorfosis también se dio en otras formaciones, pero resultó especialmente significativo ver a tanto fiduciario franquista detrás del Arrano Beltza y de la bandera roja.
El nacionalismo histórico tuvo que soportar su desprecio y su ira. Los “burgueses” del PNV habían claudicado, se habían vendido por un plato de lentejas por un camino institucional de autogobierno que, más allá de no reconocerlo, fue combatido a través de todas las expresiones de lucha que la radicalidad admitía. No sólo el PNV había asumido la herencia de Franco sino que , además, había tomado partido por un programa jurídico-político que fraccionaba Euskal Herria como paso previo a su destrucción nacional.
Lindezas aparte, ETA impuso a todo aquel mundo sus años de plomo y su praxis de la goma 2. Así que, en poco tiempo, aquellos conversos fueron, poco a poco, diluyéndose en aquellas cíclicas desapariciones políticas en las que, cuando ETA actuaba –y lo hacía frecuentemente- quienes creían en la vía política escondían sus cabezas bajo la tierra, a esperar mejores tiempos. Cuando la tempestad amainaba, volvían a asomar la testuz, a la espera de que no volviera a llover. Pero siempre llovía y, para no mojarse, volvían a su refugio de inactividad.
Todos menos ellos recibieron palos. De una u otra forma, porque los redentoristas armados jamás encontraron en su acción factores de autocrítica. La carga de la prueba siempre estaba en el otro. En el Estado opresor, en sus colaboradores, en los “vendidos al españolismo”. En los pesebreros. En los servidores del Partido del negocio vasco.
En mayo de este año, la Izquierda Radical Abertzale, ha vuelto a concurrir a unos comicios locales. Más de treinta años tarde y tras una reflexión aparente que les desvincula de ETA y de la lucha armada.
Diversas razones les han llevado a cosechar un cierto éxito electoral que les ha situado, por voluntad democrática, en responsabilidades institucionales.
Son tiempos distintos a aquellos de hace treinta años. Pero me asombra el desparpajo de quienes ahora exhiben su renta electoral sin quitarse de encima el polvo del camino.
Me pasma ver cómo se ocupan ahora instituciones que hasta ayer eran un nido de perdición. Cómo se levanta sin rubor el bastón de mando de lo que hasta anteayer era un cargo aborrecible y hoy es “el inicio de un nuevo tiempo en Euskal Herria”.
El Papa y la Iglesia Católica ha concedido “indulgencia plenaria” a los jóvenes que estos días se ha confesado en Madrid. La teocracia tiene esa potestad.
En Euskadi, parece como si la llegada Bildu a las instituciones las ha hubiera purificado de todo pecado anterior por su sola presencia. Y, además, en un derroche de prepotencia, se nos advierte, que su intervención política será la que traiga a Euskadi la paz y la libertad.
Se equivocan si piensan que volveremos a comulgar ruedas de molino.
La Izquierda radical abertzale tiene todo el derecho del mundo a integrarse en la política y a medirse con la voluntad popular. Pero que no caigan en el error en hacernos creer que la historia de Euskadi empieza con ellos. Su relato de hoy tiene mil páginas pasadas que deberán explicar y, en muchos casos, borrar con humildad. Mientras tanto, los conversos, a la cola.
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